Necesitamos las Palabras como al Pan, el alimento de la cotidianeidad de los actos y los sueños. Nos inauguran la vida con un nombre, rescatamos con palabras las migajas del olvido.
Y la vida va: entre las verdades de pan que saboreamos, compartiendo el milagro de cada día, y aquellas otras, las que nos astillan la risa contra la dura corteza de la pena.
Que no falte el pan es para el hombre, convocar la posibilidad misma de la vida. Incluir la humana muerte en la sencillez de la vida, no es un verso; tampoco un hecho natural, independiente de las circunstancias que laboran el acontecimiento temporal en que se inscribe la finitud.
La cualidad de lo humano no deviene de la naturaleza, sino de las condiciones en las que se vive y se muere. Lo digno, lo indigno o lo inhumano son "logros" forjados por los hombres.
Con una lucidez que ya no lo abandona, según dice Octavio Paz, en el Prólogo de su libro: "Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra". En este poema sencillamente nos habla del entramado complejo de la vida: la fragilidad de los paraísos y los infiernos terrenales; la inevitabilidad del cuerpo y del tiempo; el alivio del refugio en un Otro, cuando la intemperie amenaza arrasarlo todo.
El combate del amor, la bendición de la sucesión generacional, la inmortalidad de las simientes y las huellas que engendramos entre placeres y agonías, y que dejamos en el amasijo del pan de cada día, que es un nombre sencillo para la dignidad de la vida.